martes, 24 de mayo de 2016

Separarse de la agresión del otro



Es algo habitual en las familias que, en un momento dado, sea la agresión, directa o simbólica, la que se interponga en la relación. Aunque se suele acudir a la consulta de un psicólogo cuando la agresión procede del hijo, sobre todo si es adolescente, se suele eludir la que nace de los propios padres. En uno y otro caso la respuesta suele ser agresión por agresión, sin tratar de tener en cuenta que en esa relación están, o deberían estar, presentes los afectos.
Aunque se proponen desde la psicología diversas estrategias para reducir esas agresiones, creo que se suele olvidar la más evidente: que los padres, por ser tales, pueden restar valor a la supuesta ofensa ―no se sientan ofendidos o heridos constantemente― en pro de saber, interrogar, qué es lo que realmente le ocurre a su hijo, por qué necesita atacarlos. Y es que no hay que olvidar que, se comporte como se comporte el hijo, detrás sigue habiendo lazos de amor que le unen a sus padres y es a ellos a los que hay que acogerse para resolver la situación. Si un hijo insulta o empuja a la madre o al padre, se le puede responder en el mismo nivel, y añadir castigos, o satanizarle como si fuera una mala persona, pero eso no romperá nunca el círculo de agresiones. En cambio, si ese padre o esa madre tratan de restarse como los señores importantes, los ofendidos por alguien que les debe consideración y respeto, en vez de pensar exclusivamente en su ego herido o en su orgullo, podrán mostrar a su hijo que su empeño de ofenderlos yerra el blanco y que su respuesta no será un simple acto reflejo y no lo agredirán a su vez. Cada vez que se logra dejar de responder a la agresión con la agresión, se permite al hijo cuestionarse su comportamiento o pensar sobre lo que le hace caer en esas conductas. También percibirá pronto que es alguien importante, querido, por sus padres y eso abrirá ya una posible vía de solución a lo que le sucede.
Cuando son los padres los que agreden es más difícil, pero en la consulta se puede ayudar al adolescente a sustraerse de la agresión para interrogar a sus padres: ¿Por qué necesitáis hacerme daño? La interrogación es la mejor forma de cuestionar la conducta del otro sin hacerlo daño, siendo por tanto la mejor vía para hacer que ese otro (padre, madre, hijo, hermano…) modifique sus conductas.
Suelo comentar que, cuando algunos chavales o adolescentes llegan a consulta y lo primero que hacen es llamarme hijo puta, o cabrón, o mierda, lo que más los descoloca es que les conteste Muchas gracias, muy amable. A partir de ahí, al no responder en espejo a su ataque, se los puede cuestionar su necesidad de ofender o de poner a prueba a quien tienen delante. Ese modo de respuesta, en un plano totalmente distinto al que el que ofende espera, es eficaz en cualquier situación cotidiana, como la del tráfico (donde la gente tiende a ofender con cierta facilidad).

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