En el momento actual, en el que la violencia
sobre las mujeres no es una pura excepción, es necesario buscar sus causas y
tratar de combatirlas. Una de esas causas se busca en el lenguaje y de ahí esa
nueva costumbre de negar la representación de nuestro género a la palabra
hombre y tener que decir “hombres y mujeres” para referirse a todos los seres
humanos. A veces se llega al absurdo, si no a la obscenidad, cuando se dice,
por ejemplo, “miembros y miembras”, cuando el miembro por antonomasia es el
órgano sexual masculino, como lo es, para el principio de todas las cosas, el
término “matriz”, órgano femenino por excelencia. Entre esas creaciones
cuestionables del lenguaje se incluye ahora al piropo como algo que ofende o
violenta a la mujer. Las palabras pueden reflejar en algún caso el ejercicio
gratuito del poder de los hombres sobre las mujeres, pero el cambio deseable no
se consigue violentando o castrando el lenguaje. Manos, corazón o amor tienen
género masculino, aunque no por eso pierden .la delicadeza, el temblor o su
indestructible lazo cuando representan a las mujeres. El alma, por ser un
sustantivo que comienza con el fonema “a” tónico, es masculina en singular pero
femenina en plural. Libertad, igualdad, fraternidad o verdad tienen género
femenino, pero no dejan de tener la fuerza, la determinación o el valor que
tienen cuando son referidas a los hombres
El piropo apunta al deseo, pero lejos de su
habitual asociación con la pura pulsión sexual, a la que responden las
expresiones obscenas o, como suele decirse, babosas (por ejemplo: “estás muy
buena”, “maciza”, “estás para echarte un polvo” y otras alhajas por el estilo).
El deseo está presente en esos dichos dirigidos a las mujeres, pero lo está en
su faceta de desgarro, de resignación o renuncia, al saber imposible,
inalcanzable, a la mujer que lo causa. El piropo, creación poética y de gran
agudeza, dignifica el objeto (en el sentido psicológico) que lo causa. Se
emparenta siempre con la belleza o con eso que, en la mujer, crea un vacío, un
reconocimiento de la propia falta en el que lo enuncia. Sensación de vacío que
suele producir toda belleza. Pero también emparente con el amor: ¿qué es si no
ese «¿no es cierto, ángel de amor, que…?». Y es que negar las vías del amor y
el deseo entre dos personas es lo que muchas veces conduce al ejercicio de la
pura pulsión, del goce, que se reconoce en el maltrato, en la pornografía o la
prostitución.
En ese vídeo que circula por internet, los
niños se niegan a pegar a las niñas, lo que muestra (más allá de que sea una
campaña) que, si la violencia machista la llevan a cabo hombres, los hombres no
ejercen la violencia por el hecho de serlo. El maltrato no procede del machismo
―por más que se repita como una cantinela―. Si acaso, como escribí en otro
sitio, puede ser el catalizador que la favorece. Las causas son mucho más complejas
y no creo que procedan de un único comportamiento social (como no son ladrones,
como se solía decir simplificando, los pobres o marginados: si no, no hay más
que ver la procedencia de muchos de los ladrones que saquean hoy en día nuestro
país). El machismo favorecerá, por su propia inconsistencia, esas conductas,
pero no es la explicación de los asesinatos. Una razón que se puede aproximar
es la descomposición subjetiva de algunos hombres ante el ejercicio de la
libertad en las mujeres.
Hay piropos impresionantes (y a los que sería
difícil encontrar ningún aspecto ofensivo), como ese “¡Ay!”, para el que J. A.
Miller en una conferencia sobre el lenguaje (recogida junto con otras en el
libro Recorrido de Lacan) dice que no
es fácil encontrar un equivalente en su lengua, el francés.
Rechazar el piropo es rechazar la capacidad
de creación poética, la que hace posible generar sentidos insospechados ante la
belleza femenina. Desde luego, para tener ese carácter poético han de ser
sancionadas como tal por la mujer que los recibe, con una sonrisa seguramente,
aunque también es posible que se sienta violentada ante la presencia innegable
del deseo. Algún piropo, como “ladrona”, podía rozar la ofensa, pero creo que
expresa con exactitud lo que se produce en un hombre al pronunciarlo: que queda
sin ojos, sin corazón, casi sin alma ante la fuerza de atracción de la belleza
que contempla. Así lo expresa Miller: «…El piropo,…, supone que el piropeador
no aspira a retener a esa mujer y, si hay allí un mensaje erótico, una
connotación erótica, hay al mismo tiempo, singularmente, un desinterés
profundo, un desinterés que hace del piropo, cuando alcanza la excelencia, una
actividad estética». Y más adelante: «…En efecto, es la esperanza la que mueve
al piropo: que esa mujer pueda ser, mas nunca lo será, pueda ser suya. Es
siempre por abuso que uno imagina que una mujer puede ser suya. Los hombres
inventaron el matrimonio para podérselo imaginar». Es por ese carácter
estético, poético, pero también de generador de sentido, el de intentar
aprehender lo inaprensible de la belleza, que el piropo tiene un valor de
reconocimiento, y no de degradación, de la mujer. Un ejemplo evidente de que el
piropo no busca ofender ni convertir en objeto a la mujer es el de los piropos
que se lanzan a la Virgen en las procesiones en Sevilla. Creo que, en ese caso,
no se sospechará la finalidad de poseerla ―en el sentido sexual.
Simplificar la causa de la violencia,
atribuyéndosela al machismo, o a supuestos productos suyos, como el piropo, y
no a los mecanismos psicológicos que arrastran a determinados sujetos fuera de
la ley, es una manipulación. La violencia, por qué determinados hombres son
capaces de colocarse por fuera de la ley, está lejos de haber sido explicada, y
es bien seguro que responde a causas más profundas. Por supuesto que tendrá que
ver con el lenguaje, porque todo lo que nos hace humanos nace de él, pero no
por algo tan burdo como la existencia de determinadas palabras o que lo sean
del género masculino o femenino.
En referencia a ese valor del lenguaje en la
relación entre los sexos, indudable, en todos estos años en que la expresión “violencia
de género” sale de cuantas bocas públicas hay, ¿no es asombroso que ni una sola
voz haya enunciado la posibilidad de que las mujeres, sus modos de actuación,
pueden tener que ver algo con las causas de la violencia? No me refiero a esa
otra simplificación aberrante de que la mujer que ha muerto tiene
responsabilidad en el acto del hombre que la ha asesinado (como el que lleve
una minifalda es la causa de ser violada), sino a su participación en el
funcionamiento de la estructura familiar y social que da origen a esa violencia
en algunos hombres. (Lo de la mano que mece la cuna es la mano que maneja el
mundo).
Lo peor de todo es que, en la actualidad, la
violencia se mantiene o crece, pero los piropos de verdad casi han
desaparecido: quedan pocos poetas en nuestro país.