domingo, 29 de junio de 2014

Las drogas

Cada vez que acude a mi consulta de psicólogo una persona atrapada en la droga o en el juego, me pregunto cómo es posible que algo, aparentemente tan insignificante como una sustancia o una máquina, transforme de tal forma a una persona, la convierta en un sujeto alienado y reduzca tanto los intereses que movilizan su vida.

Para comprenderlo, trato de discernir la función que cumple la droga, el juego o cualquier objeto al que se ata subjetivamente un ser humano en la vida. Creo que, cuando un sujeto descubre cuál es esa función en su caso concreto, es bastante más fácil desprenderse de ella. Además, hay que pensar que, frente a la complejidad tan grande en la vida que supone la existencia de los afectos, de los deseos, de las ocupaciones laborales o escolares, o de las preocupaciones, luchas y afanes diarios, uno suele atarse a elementos tan simples como puede ser una pastilla o  una pequeña cantidad de sustancia química (o ver televisión o whatsappear), y que eso hay que entenderlo para llegar a entender la función que ha cumplido esa sustancia o adicción en la vida de cada uno.
Cuando al principio se empieza a tomar drogas, el goce que produce compite con otros goces, otras formas de disfrutar, y no es en ese momento tan exclusivo, pero, poco a poco, lo que va ocurriendo es que ese goce va excluyendo todo otro, y se convierte en un amo absoluto que demanda sin cesar la atención hacia él. Por eso, en la coca o en el juego, por ejemplo, ya no se piensa en otra cosa que en el tiempo que resta hasta que llegue el momento de poder tomarlo, o de enfrentarse a la máquina o las cartas o cualquier otra cosa. Es algo similar, aunque con otras dimensiones, de lo que ocurre, en el caso de los niños o adolescentes, con las máquinas y sus juegos, o con el ordenador y la pornografía, en el caso de otras personas.
Entender que, para salir de la droga, hay que reducir esa sobredimensión, esa ocupación total del terreno, que ha hecho el goce de la sustancia en la vida de una persona, es fundamental, porque, ese goce, ha ido socavando poco a poco todos los campos en los que uno se mueve, hasta hacerlos perfectamente prescindibles frente a lo que importa más, que es la droga. Y hasta que el sujeto no vea la profunda alienación que le supone eso, que el malestar en su vida no compensa el goce que obtiene, no podrá dar el primer paso para poder salir de ella.
En muchos casos se observa que, cuando han de acudir a una cita o una fiesta, anticipan que no podrán disfrutar si no llevan consigo la sustancia a la que son adictos. Así, el encuentro con los otros, no es que esté mediatizado por la droga, es que acapara toda la atención del sujeto (cuánto tiempo ha pasado sin tomarla, si ya ha bebido lo suficiente para ponerse, cómo acudir por enésima vez al baño sin que nadie le pregunte por tanto viaje al mismo, etc.). Si algunas drogas, al principio, como ocurre con cierto nivel de alcohol o la coca, favorecen el abordaje de los otros o el intento de conquista de alguien que le despierta interés amoroso o sexual, potenciando incluso la capacidad discursiva, primero, y la sexual, después, con el tiempo cada vez hay menos interés por abordar al otro y el sexo llega a no tener ningún atractivo.
En un tratamiento psicológico, más allá de controlar las veces que consume o si el sujeto trata de engañarnos o de engañar a su entorno, si se quiere una verdadera separación de esa persona del goce que lo ata a la droga (y, por tanto, de todo el montaje que rodea la consecución de la misma o del momento que convoca su consumo imperativamente), una liberación que no se base en el control continuo y agotador, hay que descubrir qué función, qué papel, empezó a cumplir en la vida de ese sujeto cuando inició su relación con esa droga. Porque que un sujeto se vea ante la certeza de que no puede vivir sin la droga, que la única falta que mueve su deseo es la falta de la sustancia, muestra lo fácil que es esclavizar a un ser humano. En este caso cobra pleno sentido liberar al sujeto, liberarlo de esa supuesta necesidad psicológica, que ha nacido del sometimiento a lo más pobre de nuestra constitución biológica: el que consiste en ofrecer a la mente un medio de satisfacción único y excluyente.