Cada vez que acude a mi consulta de
psicólogo una persona atrapada en la droga o en el juego, me pregunto cómo es
posible que algo, aparentemente tan insignificante como una sustancia o una
máquina, transforme de tal forma a una persona, la convierta en un sujeto
alienado y reduzca tanto los intereses que movilizan su vida.
Para comprenderlo, trato de discernir la
función que cumple la droga, el juego o cualquier objeto al que se ata
subjetivamente un ser humano en la vida. Creo que, cuando un sujeto descubre
cuál es esa función en su caso concreto, es bastante más fácil desprenderse de
ella. Además, hay que pensar que, frente a la complejidad tan grande en la vida
que supone la existencia de los afectos, de los deseos, de las ocupaciones
laborales o escolares, o de las preocupaciones, luchas y afanes diarios, uno
suele atarse a elementos tan simples como puede ser una pastilla o una pequeña cantidad de sustancia química (o
ver televisión o whatsappear), y que eso hay que entenderlo para llegar a
entender la función que ha cumplido esa sustancia o adicción en la vida de cada
uno.
Cuando al principio se empieza a tomar
drogas, el goce que produce compite con otros goces, otras formas de disfrutar,
y no es en ese momento tan exclusivo, pero, poco a poco, lo que va ocurriendo
es que ese goce va excluyendo todo otro, y se convierte en un amo absoluto que
demanda sin cesar la atención hacia él. Por eso, en la coca o en el juego, por
ejemplo, ya no se piensa en otra cosa que en el tiempo que resta hasta que
llegue el momento de poder tomarlo, o de enfrentarse a la máquina o las cartas
o cualquier otra cosa. Es algo similar, aunque con otras dimensiones, de lo que
ocurre, en el caso de los niños o adolescentes, con las máquinas y sus juegos, o
con el ordenador y la pornografía, en el caso de otras personas.
Entender que, para salir de la droga, hay
que reducir esa sobredimensión, esa ocupación total del terreno, que ha hecho el
goce de la sustancia en la vida de una persona, es fundamental, porque, ese
goce, ha ido socavando poco a poco todos los campos en los que uno se mueve,
hasta hacerlos perfectamente prescindibles frente a lo que importa más, que es
la droga. Y hasta que el sujeto no vea la profunda alienación que le supone
eso, que el malestar en su vida no compensa el goce que obtiene, no podrá dar
el primer paso para poder salir de ella.
En muchos casos se observa que,
cuando han de acudir a una cita o una fiesta, anticipan que no podrán disfrutar
si no llevan consigo la sustancia a la que son adictos. Así, el encuentro con
los otros, no es que esté mediatizado por la droga, es que acapara toda la
atención del sujeto (cuánto tiempo ha pasado sin tomarla, si ya ha bebido lo
suficiente para ponerse, cómo acudir
por enésima vez al baño sin que nadie le pregunte por tanto viaje al mismo, etc.).
Si algunas drogas, al principio, como ocurre con cierto nivel de alcohol o la
coca, favorecen el abordaje de los otros o el intento de conquista de alguien
que le despierta interés amoroso o sexual, potenciando incluso la capacidad
discursiva, primero, y la sexual, después, con el tiempo cada vez hay menos
interés por abordar al otro y el sexo llega a no tener ningún atractivo.
En un tratamiento psicológico,
más allá de controlar las veces que consume o si el sujeto trata de engañarnos
o de engañar a su entorno, si se quiere una verdadera separación de esa persona
del goce que lo ata a la droga (y, por tanto, de todo el montaje que rodea la
consecución de la misma o del momento que convoca su consumo imperativamente),
una liberación que no se base en el control continuo y agotador, hay que
descubrir qué función, qué papel, empezó a cumplir en la vida de ese sujeto cuando inició su relación con esa droga. Porque que un sujeto se vea ante la
certeza de que no puede vivir sin la droga, que la única falta que mueve su
deseo es la falta de la sustancia, muestra lo fácil que es esclavizar a un ser
humano. En este caso cobra pleno sentido liberar
al sujeto, liberarlo de esa supuesta necesidad psicológica, que ha nacido
del sometimiento a lo más pobre de nuestra constitución biológica: el que consiste
en ofrecer a la mente un medio de satisfacción único y excluyente.