El maltrato
I.
Introducción
II.
Características
psicológicas del maltratador
III.
Características
psicológicas de la maltratada
IV.
Relación
maltratada-maltratador
I.
Introducción
Vamos a intentar alcanzar los
siguientes objetivos:
1. Conocer las características
psicológicas y el sufrimiento por el que ha pasado la persona maltratada
2. Conocer las características
del maltratador
3. Aproximarnos a la dinámica
de relación que se produce cuando un hombre maltrata a una mujer
Si bien suele haber una gran
coincidencia entre los diversos estudios sobre el maltrato en lo relativo a la
dinámica del inicio, desarrollo y finalización de los casos de maltrato y en lo
que se refiere a los efectos que causa en la persona maltratada, no hay tanta
coincidencia a la hora de determinar las características psicológicas de la
persona maltratada y del maltratador, aunque haya coincidencia en determinados
rasgos, ni de lo que origina la dinámica del maltrato o lo que persigue el
maltratador.
Cuando se estudia el problema del
maltrato, que puede terminar o no en homicidio, se tienen en cuenta una serie
de variables generales. Son las siguientes:
·
Variables
socio-demográficas. Entre las diversas situaciones que suelen estar
relacionadas con el maltrato se encuentran el desempleo o el trabajo a tiempo parcial,
el bajo nivel económico y educativo, y las grandes diferencias de edad entre la
pareja. En estudios más amplios y que abarcan a varios países se encuentra que
el maltrato entre las clases medias es mayor. Por ejemplo en los países
nórdicos, donde su nivel económico es mayor y los derechos de las mujeres han
alcanzado cotas más altas, las cifras de maltrato son superiores a las de
nuestro país. No obstante, hay que tener en cuenta que todas estas variables
son comunes a otras muchas personas que no son maltratadoras. Lo que nos lleva
a tener en cuenta que el elemento determinante es el modo de construcción
subjetiva que cada sujeto ha tenido y que determina su modo de actuar en el
mundo.
·
Características
socio-familiares. En muchos casos de maltrato, el maltratador ha vivido en un
hogar donde había ausencia de la figura paterna o una muy autoritaria, peleas
frecuentes entre los progenitores, o ruptura temprana de la pareja parental.
·
Relación
de pareja. Es un punto que veremos con detalle más adelante pero puede
señalarse como general la necesidad de tener una mujer al lado en el hombre y
una búsqueda de protección en la mujer. La violencia entre la pareja, o desde
el hombre hacia la mujer, suele aparecer ya cuando son novios.
·
Motivación
del agresor. Con esta variable se intenta formular tipologías de maltratador y
su relación con las normas o el control de impulsos.
Podemos también fijar tres
grandes grupos de teorías a la hora de intentar explicar el maltrato a la
mujer:
·
Teorías
histórico-culturales. Son las que han estudiado especialmente la corriente
feminista y que ha generado un término universalmente aceptado, el de
“violencia de género”. Con ello alude a la violencia invisible y a la no
invisible que se ejerce contra la mujer a través del vínculo matrimonial. La
familia aparece como el núcleo primordial de representación de la estructura
jerárquica patriarcal y como lugar privilegiado de expresión de la esclavitud
sexual femenina. El maltratador pretendería afirmar la superioridad masculina
sobre la femenina y constatar la propiedad sobre su cuerpo. Se la agrede por
ser mujer y ese maltrato a la mujer está legitimado socialmente. El esquema es
por tanto el de dominio-subordinación. Se considera el ejercicio del poder el
principal motivo de que se desencadene o ejerza la violencia. El hombre se
apodera del poder y domina a la mujer y tiende a la agresión para mantener ese
poder. El pivote primario del maltrato es el intento de mantener o conquistar
el poder por parte del maltratador. Dependiendo de los elementos que predominen
en una cultura u otra, las causas estructurales de desigualdad en las distintas
sociedades conducen de un modo más o menos grave al maltrato sobre las mujeres,
y a la violencia en general.
·
Teorías
ambientalistas o del aprendizaje de la conducta violenta, que forman parte de
las psicológicas como el conductismo. Se aborda aquí la agresión como resultado
de una conducta aprendida en el medio familiar.
·
Otras
teorías psicológicas. Determinadas tipologías de hombres ejercen la violencia
con mayor o menor facilidad dependiendo de su estructuración subjetiva.
Según la combinación de
características psicológicas y de la propia relación resultará un maltratador
emocional, un maltratador violento no homicida o un maltratador homicida.
Algo de la psicología de la mujer
con la que se relaciona, o de lo que supone una relación de pareja, debe
intervenir en el desencadenamiento del maltrato porque, si no, el maltrato
sería hacia cualquier mujer y en cualquier circunstancia. Esto no es para decir
que la violencia del maltratador está, como él pretende, justificada, sino para
entender como se desencadena ésta conducta.
El machismo, toda la cultura de
la tolerancia al dominio del hombre sobre la mujer, no es suficiente para
explicar el comportamiento del maltratador –aunque se trate de un hombre-, pero
desde luego sí es un facilitador de esos comportamientos. El machismo es la
forma que el sistema patriarcal toma en un contexto determinado y que se
manifiesta en actitudes, valores, esquemas de poder, etc., que comparte la
mayor parte de la población. El machismo lo podíamos comparar a un catalizador
en una reacción química.
Voy a obviar los casos en que la
violencia viene de la mujer y a dejar constancia de que al hablar de
maltratador no hago una apología de la inocencia de la mujer en la relación con
su maltratador, ya que, como en toda relación humana, hay una la
responsabilidad compartida. Pero, se quiera negar o no esa inocencia de la
mujer, lo que es innegable es que el maltratador nunca está autorizado a
ejercer la violencia.
Se suele confundir el hombre
violento, machista o incluso misógino, con el hombre maltratador. Pero ambos
conceptos no son coincidentes. El hombre violento puede hacer daño pero no
maltratar (si reservamos ese término para un conjunto de conductas que un
sujeto realiza para anular a otra persona). El violento, por ejemplo, no
intenta anular subjetivamente al otro. Hacer daño, recurrir con cierta
facilidad a modos agresivos de expresión, no supone ni el cálculo ni el intento
de control, de dominio, de sometimiento, de anulación del otro que se persigue
en el maltrato. Es importante señalarlo porque se tiende a colocar a muchos
hombres o a su expresión social de tipo machista como puros maltratadores. El
machismo puede facilitar el camino al maltrato pero no es su equivalente. A
veces el maltrato procede de la posibilidad de ver caer la posición de poder
que se tiene: es lo que ocurre en la película “La lista de Schiller”, donde el
coronel del campo de concentración no soporta estar enamorado de la judía que
lo sirve, es decir, no soporta que se eleve un objeto indigno a un lugar de dignidad, deseable, por provocar el amor, y,
por no soportar eso, por no poder seguir ejerciendo el poder y el terror si
acepta el amor, la maltrata.
El control, el aislamiento que
busca el maltrato, está hermanado con los celos: eliminar posibles competidores
(“es mi objeto sexual y no quiero que nadie más lo pueda poseer”).
Los factores de relación y las
características personales no son separables, porque un tipo de relación puede
hacer emerger algo latente en un sujeto, como un líder pueda llevar a un sujeto
a hacer algo que antes no hubiera hecho nunca.
El poder sobre la mujer, o es
general, porque el poder supone un dominio o un acceso fácil al goce, o el que
lo detenta tiene atracción para el otro -aunque sea ese poder violento-: por
ejemplo es lo que se ve reflejado en “El portero de noche”.
En general, si el hombre desea y
quiere a la mujer, ¿por qué querer maltratarla, denigrarla, someterla? Si no es
porque lo muestra ajeno, sin dominio, de su propio deseo, ¿por qué es?
El disfrute, en el sentido del
placer, abre a otros disfrutes, los potencia. El goce se cierra sobre sí mismo
y excluye otros disfrutes. Es el caso de las drogas y, en lo que nos ocupa, el
maltrato se vuelve para el sujeto el único medio de “disfrute”.
De modo resumido, en un diagrama:
Existe una confusión entre la
lucha por la igualdad y por proseguir con la consecución de los derechos de la
mujer, con condenar de antemano a los hombres. Criminalizar al hombre rebota en
mayor violencia. De valorar la cultura del honor se ha pasado a penalizar esa
cultura. Los hijos recogen eso como síntoma siendo cada vez más agresivos e
intentando “dominar” a la madre en el nombre del padre, supliéndolo.
La violencia de género es, en
realidad, un género de violencia. Al ser el
maltrato un delito ejercido por alguien que, lejos de representar a la ley, la
transgrede, es ambiguo y peligroso asociarlo al género masculino en su
conjunto. Nuestros padres, que hemos vivido como representantes de la ley, de
lo que permitía ordenar nuestra existencia y comportarnos de un modo ético en
la vida, no pueden ahora venir a representar a los maltratadores en potencia.
Género es el conjunto de valores sociales y culturales que se atribuyen a un
sexo, pero no el hombre o la mujer como sujeto.
Es importante destacar la
posición de víctima que rechaza la responsabilidad desde una posición de
inocencia. Si la mujer no es en nada responsable de lo que la ocurre, eso quiere
decir que no podrá hacer nada para prevenirlo o evitarlo. Si se justifica eso
con el poder del hombre, hay que recordar la coincidencia que existe entre
todos los que analizan el problema del maltrato al considerar que lo que busca
ese hombre es el dominio, ejercer el poder. Pero, si ya lo tiene el hombre por
definición, ¿para qué buscarlo? Habría que investigar la parte de
responsabilidad (responsabilidad no tiene nada que ver con culpabilidad) de la
mujer y su modo de afrontar las relaciones. Suponer que la mujer no tiene
ninguna responsabilidad en lo que sucede, en su modo de afrontar las
relaciones, supone favorecer la falta de límites y la flaqueza de la ley.
El tipo de relación en una pareja
donde se da el maltrato suele tener unos rasgos en común:
- Idealización
extrema del que se ama
- Buscar
compensaciones a vivencias y carencias personales
- Dificultad
con el amor y el deseo: llevarlo al control y al dominio.
II.
Características
psicológicas del maltratador
Aunque se puedan señalar muchas
características psicológicas manifiestas, visibles, entre los maltratadores,
nosotros vamos a intentar acercarnos a las características que, aisladamente
no, pero combinadas sí, dan lugar a una conducta de maltrato.
Antes de enumerar esas características, podría servir de ayuda
fijar tres grandes tipologías de maltratadores, lo que es importante sobre todo
para entender los que pueden llegar al homicidio y los que no, es decir, los
que son “recuperables” o no:
- Psicopático.
Tienen gran desconsideración por las normas sociales, falta de
remordimientos y reacciones emocionales superficiales. Su violencia es
controlada con el objetivo de someter y dominar a la víctima. También se
le puede definir como frío, sin claro historial de violencia sufrida.
- Hipercontrolado.
Su ira aparece como resultado de acumulación de frustraciones. Son
especialmente maltratadores emocionales porque tienden a camuflar,
desplazar y negar su intención agresiva. Sus características también
permite calificarlos de dominantes-obsesivos-detallistas: en su historia
hay un padre con el ejercicio caprichoso y violento de la autoridad o una
madre con mensajes ambiguos sobre lo que espera de él.
- Cíclico
o emocionalmente inestable. Sienten gran temor a la intimidad y el
abandono. Su agresión es su forma de descargar la ira. A este grupo
también lo podemos calificar de dependiente, con historial de violencia
sufrida.
Con esa tipología se trata de
definir al que planea la agresión y no siente ningún remordimiento y al que le
nace del impulso o la desesperación y luego se arrepiente. El psicopático no
siente apenas remordimientos, el cíclico es el que más remordimientos siente.
No obstante hay que señalar que
el hombre agresor no tiene características personales o sociales específicas y
no posee necesariamente enfermedad mental, al menos definible a priori como
pronóstico, aunque a posteriori, después de la agresión, es cuando fácilmente
se definen sus características.
En general se dice que tienen
pobre control de impulsos pero eso no es muy claro porque saben dirigir su
agresión sólo a sus parejas y, en muchos casos, sólo golpean en sitios donde
las lesiones no se van a notar a simple vista.
En todos estos intentos de
circunscribir lo que caracteriza a los maltratadores está presente algo que
aclara mucho más su psicopatología: su relación al goce, goce en el sentido de
aquello que atrae, atrapa, que el sujeto se ve forzado a repetir y de lo que el
sujeto obtiene una satisfacción no exenta de sufrimiento. Cuando éste falta por
completo estamos ante un psicópata. No es por eso extraño entre ellos
adicciones a tóxicos o juegos. Si existe el maltrato es porque éste se
convierte en un modo de goce.
También es una característica
bastante común e importante entre ellos lo que se ha denominado “alexitimia”,
es decir la dificultad para elaborar y expresar las emociones. Eso se suele
transformar en numerosas somatizaciones.
Características:
- Necesitados
de tener una mujer como punto central de referencia en sus vidas, en la
que mirarse continuamente. Cuando la imagen que les devuelve no es la que
ellos desean para sí mismos tienden a la agresión, en estos momentos
emocional. Como además no se ven autorizados a mirar a otras mujeres, eso
se transforma en celos muy patológicos que empiezan por el control de los
movimientos y las cuestiones estéticas, de arreglarse y vestirse, de la
mujer y suele desembocar en agresión ante provocaciones o supuestas
provocaciones mínimas. Es decir, no pueden permitir lo que no se permiten.
- A
la vez que se venden como salvadores, protectores, seguros, buscan sin
parar el reconocimiento y la valoración en sus parejas pero quieren
asegurarse de que eso no las coloca a ellas en posición de superioridad y
lo consiguen con la degradación de la mujer verbalmente y en el
sometimiento con la agresión física.
- Necesitan
el amor exclusivo, incondicional de su mujer pero lo quieren como lo suele
ser en una madre, o como se ha llegado a determinar socialmente el amor de
la madre, también desde la desigualdad que engendra violencia: ese amor
que soporta cualquier ofensa, que tolera cualquier salida de la norma y
que está por encima de cómo es o se comporta el sujeto.
- Consecuencia
de una relación ambigua con la madre y de la frecuente anulación de la
figura del padre, son sujetos con dos comportamientos extremos en el área
sexual, que a veces conviven en el mismo sujeto: sólo piensan en la mujer
como puro objeto sexual y la buscan sin parar y, si les falta, se
masturban compulsivamente, y son sujetos con grandes dificultades para
abordar las relaciones sexuales desde el cariño. Es decir, la corriente
sexual y la afectiva están totalmente separadas. No es extraño que el
especial conflicto que presentan en lo sexual se manifieste en eyaculación
precoz, en episodios de impotencia o en relaciones sexuales violentas,
cercanas a la violación. Cuando eso ocurre siempre atribuyen sus problemas
a la mujer y es un motivo más para las posteriores agresiones: “Lo que no
te doy en la cama te lo doy así –agrediéndote-“.
- Con
el tiempo las conductas que comienzan siendo manifestación de sus
conflictos no resueltos y de una sexualidad que no encuentra vías
adecuadas de expresión, se van convirtiendo en modos de goce, conductas en
las que el sujeto se ve atrapado, de las que obtiene satisfacción y de las
que no sabe cómo salir.
- El
maltratador es un sujeto que no entiende el amor más que como un modo de
hacer que la otra persona lo necesite y dependa de él: si ve peligrar esa
dependencia desplegará todos los modos de violencia de que sea capaz para
hacer ver a la mujer que sigue existiendo esa relación basada en
necesitarlo, alabarlo y ser el único que puede “quererla”.
- El
agresor pasa muchas veces de la agresión al llanto, mostrando así la
debilidad que ocultaba tras la agresión.
En algunas teorías, la violencia
se intenta explicar como resultado del aprendizaje directo de la agresividad
como modelo de conducta esperable en el varón, que se combina con el supuesto
deseo de la mujer de ser tratada “virilmente”.
El maltratador ha pasado en
muchas ocasiones del “todas” a las que aborda sólo sexualmente a la “una” con
la que siente puede surgir el amor –o un lazo que él vive como amor- y a la que
no soporta si no es en la absoluta exclusividad y a la que, para asegurar eso
la somete a una humillación y control que nunca cree suficiente.
¿Por qué se plantea, como
decíamos antes, desde muchas perspectivas el tema del poder como el elemento
fundamental en juego en el maltrato? Si el hombre ha querido tener poder y
control sobre la mujer (esto parece incuestionable) no es por el simple hecho
de “mandar”, de obtener obediencia y sumisión de la mujer, sino para intentar
poner límites, recortar, controlar el goce de la mujer que lo desborda por
enigmático, le cuestiona en su poder al exigirle una respuesta a ese goce,
procurárselo, y porque, cuando no se está seguro de poder responder, lo que
queda es controlar.
Hasta ahora esa regulación del
goce femenino venía apoyado en el sometimiento de la mujer a la autoridad del
hombre, su dependencia económica y afectiva y su supuesta inferioridad, ante lo
que el hombre se sentía seguro. El cuestionamiento de todos esos controles por
la lucha de la mujer por la igualdad, ha dejado a los hombres sin ese “colchón”
para amortiguar su propia herida narcisista.
En línea con esa reflexión hay un
estudio muy interesante de tres universidades españolas sobre los parricidios
cuando son a la pareja, que llaman uxoricidios, planteando esos actos asesinos
como resultado del encuentro entre la cultura del honor que ha primado durante
siglos y la liberación de la mujer. Lo que quizás no queda claro en ese estudio
es si esa confrontación produce homicidios que irrumpen sin cálculo previo y
sin maltrato o si también incluyen una historia de maltrato. Plantean que, en
el proceso de liberación, la lucha por la igualdad de la mujer, las relaciones
de pareja se han visto transformadas. La sumisión, dependencia y estar bajo la
protección del hombre van desapareciendo. Hay mayor tolerancia a las relaciones
sexuales de la mujer fuera del matrimonio, menor pudor en público, pérdida de
valor de cuestiones como la virginidad y la pureza sexual. Pero, explican,
todavía la cultura del honor viene a chocar en muchos hombres contra esa
liberación. Temen los comportamientos no bien vistos hasta ahora en la mujer
como una falta contra su honor. Ellos se ven obligados a proteger las ofensas
contra el honor de sus mujeres como una cuestión de hombría y para no ver
perdido su propio honor. -La falta sexual de la mujer recae sobre el varón
porque viene a señalar que éste no ha sabido responder bien, satisfacer a la
mujer, o ponerla "en orden"-. En esa cultura del honor el hombre
tiene la obligación de vengar su deshonor sexual: ahí es donde entra la
posibilidad del uxoricidio, aunque, en la historia pasada, era frecuente que
esa venganza pasara más por matar al rival que ha tenido que ver con su
deshonor que a su propia mujer, o, en todo caso, a los dos.
(Es importante tener en cuenta
que los parricidios, en el caso de las mujeres, suelen ser sobre sus hijos. Es
decir sobre los que cree tener la propiedad o sobre los que, de alguna forma,
forman parte de sí misma. Hay además una diferencia importante: la mujer suele
justificarlo en un “para que no sufran” y los hombres parecen buscar hacer
sufrir, vengarse).
El parricida intenta con su
crimen eliminar a los únicos testigos importantes de su propia destrucción, de
su impotencia, de su incapacidad para amar. En algún caso ocurrido en nuestro
país, el asesino decía, respecto a sus hijos y mujer a los que ha matado: “Para
que no sufrieran” –emulando lo que decíamos es más propio de las mujeres-. Pero
en su caso cabría decir que es para que no lo sufran a él. Esos sujetos son
fundamentalmente violentos allí donde se la juegan con el amor, donde se ven
llamados a responder y son incapaces, donde niegan esa incapacidad con las
amenazas, las vejaciones, las humillaciones, el abuso y la destrucción de quien
les ama o ha amado durante mucho tiempo.
Se suele decir que el maltratador
no muestra empatía por sus víctimas: ¿Se espera empatía en alguien que ha
separado su deseo de destrucción de cualquier lazo de amor y es por eso que se
hace posible el acto homicida?
III.
Características
psicológicas de la maltratada
La autora del libro “Las mujeres
que aman demasiado” plantea a la mujer maltratada como aquélla que permite que
el sufrimiento esté presente constantemente en lo que considera su relación de
amor. Esa capacidad para soportar, justificar, perdonar, proteger y mantener su
ideal de amor por encima de las evidencias de desamor de su pareja, es común en
la mayoría de mujeres maltratadas.
Las características más
habituales en la mujer maltratada son:
- Se
sienten despreciables desde la infancia y buscan a alguien que las ame a
pesar de eso y las haga sentirse con algún valor. O bien se sienten
despreciables a partir de la primera fase del maltrato.
- Sienten
necesidad de ser rescatadas por el hombre de una vida que, normalmente, ha
estado llena de desafectos y sufrimientos. Así dice una paciente: “Para mí
él fue una especie de salvador. Me hacía sentir sensaciones fuertes. Luego
vi que a él yo lo podía salvar de una historia llena de desgracias”. “Él
desplegaba un discurso de respeto, fidelidad, coherencia moral y de una
amor ideal y luego era todo lo contrario (infidelidades, actuar
caprichosamente, celos,...): construía pilares de mentiras”. En este caso
ella acababa siendo la garante –con su fidelidad, sometimiento, coherencia
moral, sufrimiento- del mundo coherente que él había vendido, supliendo
sus carencias, sus faltas, sus mentiras e incoherencias con la esperanza
de que lo cambiaría.
- Suelen
ser mujeres que se han visto atrapadas por los padres y salen a estar
atrapadas por sus parejas. Se dejan seducir por sujetos que parecen
seguros, que prometen hacerlas vivir una relación ideal y en los que no
falta una capacidad especial para entender las carencias de la mujer.
- Por
su primera historia con los padres, donde solió estar presente la
sobreprotección combinada con la crítica y la desvalorización en todo
aquello que apuntaba al mundo femenino, es muy común que la mujer llegue a
convencerse de lo que no es más que un mensaje vuelto a escucharse ahora
en boca del maltratador: “No vales para nada” y que ella convierte en “A
dónde voy yo, quién me va a querer, si no valgo para nada”.
- En
los casos en que no ha primado la sobreprotección, suelen haber sido niñas
educadas en asumir responsabilidades propias de mujeres mayores.
- Son
mujeres que no oponen resistencia a cargar sobre sus hombros el mal que
aqueja a sus compañeros, y son incapaces de poner límites al capricho que
ese mal genera en esos hombres.
Las mujeres maltratadas tardan
mucho tiempo en considerarse como tales. Se ha llegado a teorizar como
“síndrome de Estocolmo doméstico” el hecho de que la mujer soporte el maltrato
durante años justificándolo, defendiendo incluso a sus maltratadores,
planteando que la mujer desarrolla tal síndrome para proteger su propia
integridad psicológica y que suspende el juicio crítico para adaptarse a la
situación traumática que vive. Pero, a la vez plantea que el maltratador induce
en la víctima un modelo mental de acuerdo a su capricho, lo que pondría en duda
la protección de la integridad psicológica de esa mujer.
IV.
Relación
maltratada - maltratador
La fuerte dependencia emocional
entre la pareja (en la mujer por herencia socio-cultural y afán de protección
y, finalmente, como consecuencia del maltrato reiterado; en el hombre por baja
autoestima e inseguridad), basada en el esquema común a los dos miembros de la
pareja de salvador-salvadora, suele ser el fundamento de las relaciones en la
que se produce el maltrato.
El maltratador-salvador salva a
la mujer de un padre dominante y poco afectivo, del poco reconocimiento de los
padres y de una vigilancia sexual y crítica de sus comportamientos por parte de
la madre de un modo constante. Podemos decir que esa mujer ya ha vivido de
alguna manera inmersa en la violencia.
Inciso. Hay que tener en cuenta
que el término "salvador" no deja de ser una ironía y, como ha
ocurrido con los salvadores en la historia, el salvador condena al horror a
todo el que cree en esa salvación que oferta.
La maltratada-salvadora salva o
pretende salvar al hombre de una falta de reconocimiento en su vida, de las
carencias afectivas vividas y de una impotencia psicológica que siempre lo
amenaza. Para el hombre la inferioridad está cercana a la feminización. El
hombre que golpea a una mujer, contrariamente al machismo que parece mostrar,
golpea porque teme la feminización –que él hace equivaler a debilidad-, ser
pegado, ser objeto sexual como lo temió ser frente al padre: teme la castración.
Es un hombre sin autoridad y necesita romper el espejo, esa mujer, que le dice
“tú eres el débil, el castrado”.
El maltrato nace
El maltratador se presenta a la
mujer como encantador y a la vez como carente, necesitado. La víctima entra en
el juego pensando que será la que repare las carencias afectivas del agresor y
que eso cambiará al otro y lo sacará de la violencia.
En la relación de pareja las
tensiones se van incrementando en forma de demandas que uno a otro van
expresándose: se han ido pidiendo lo que ninguno puede ofrecer o dar,
haciéndose esa demanda cada vez mayor y más hostil.
De donde realmente nace el
maltrato es de la dificultad del hombre para afrontar a una mujer y a su sexo,
dificultad para abordar y responder a una mujer desde el amor y el deseo
conjuntados.
Sobre lo que se intenta ejercer
el control es sobre el goce de la mujer, bien por prohibido (caso del padre o
el hermano que controlan las salidas de la hija o hermana), bien por la
incapacidad para procurarlo o abordarlo, lo que se convierte en el intento de
control absoluto para que nadie pueda dárselo. Hay dos grandes grupos de
maltratadores: los que mantienen relaciones sexuales sin parar, como para
asegurarse de que su mujer no va a necesitar buscarlo en otro lado, y los que
tienen grandes dificultades para abordar a la mujer en la cama y que muchas
veces se transforma en relaciones sexuales violentas o cercanas a la violación.
La violencia no suelen ejercerla
hombres que se sienten seguros y con autoridad (véase el caso de padres o
maestros con autoridad que nunca ejercieron la violencia) sino en hombres que
nunca sienten que la tengan, cercanos a la sensación de impotencia o de
feminización, y de la que intentan salir con una apariencia de virilidad
confundida con la violencia, de seguridad confundida con la desvalorización, o
de autoridad confundida con la humillación y el control.
A veces reviviendo el modelo
paterno, las mujeres eligen un hombre aparentemente seguro de sí mimo, viril e
incluso bravucón, del que adivinan la impotencia y la debilidad, y al que
pretenden cambiar o redimir mediante el cariño, la paciencia y la aceptación,
como si redimieran al padre.
El maltratador suele comportarse
fuera de casa, muchas veces, de acuerdo a los criterios normativos de la sociedad.
El maltrato se va generando
Cuando el maltratador siente que
su pareja ya no le necesita, que podría prescindir de él, empieza el maltrato
sistemático, no el esporádico. Es decir, que para él su relación de amor nace
de la necesidad y no del deseo.
Para algunos autores, lo que se
va generando en la pareja es una relación perversa: un agresor con
características narcisistas y una víctima con características
melancólico-reparadoras. El narcisista ataca el narcisismo del otro para
desarmarlo. El perverso niega la identidad del otro, cuya actitud y pensamiento
tienen que conformarse a la imagen que ellos tienen del mundo. El maltratador
no duda en atacar la imagen del otro con tal de mantener la propia.
Es común que antes de llegar a la
pareja, se “hicieran otros”, con ficciones para conquistar a las mujeres
–porque por sí mismos no creen poder generar el deseo- y luego, ya en pareja,
viven el arreglarse de la mujer como si se “hiciera otra” que se dirige a la
conquista.
El maltratador proyecta la culpa
y los celos en la mujer y encuentra justificación a sus agresiones. Ve en el
cuidado de la ropa o en el maquillarse el signo del deseo de la mujer de querer
ser mirada, deseada por otros. Y si no se arregla, es que no le da importancia
a él o le desprecia.
Y en todo caso, lo que nunca es
la relación es sado-masoquista: en ese tipo de relación hay reglas de juego que
regulan la obtención de un goce común. En la relación maltratador-maltratada,
ni hay reglas ni el goce es común.
Se vive como un niño caprichoso
que quiere tener todo ya y tal como quiere tenerlo y quiere que se lo dé ella,
y muchas veces que sea ella la que adivine (como hacía la madre) lo que él
quiere en cada momento.
En “Te doy mis ojos”, cuando ella se arregla, él la desnuda y la
saca al balcón diciendo “¿quieres que todos te vean?”: temor a que ella sea
deseada o a que desee más allá de él, a ser excluido o abandonado (“Antes
matarte que perderte”).
Lo más significativo es que ellos
sienten que sufren por ella (por su culpa, por su causa). Ante la inseguridad
de ser amados y deseados empiezan a angustiarse y eso les lleva a la
desesperación, a lo que un paciente llama “desfigurarla” y de ahí pasa a la
agresión. Esa desfiguración no es más que el efecto espejo de la propia
desfiguración de él, en el sentido de descomponerse.
El maltrato produce:
La mujer interioriza la opresión,
asumiéndola como auto-desprecio, auto-negación o auto-ocultación, temor a la
violencia y sentimientos de inferioridad, resignación, aislamiento e impotencia
y agradecimiento por el hecho de sobrevivir.
Una mujer se sabe maltratada
cuando su identidad de mujer se encuentra afectada. Afectada en un sentido
negativo progresivo que se prolonga en el tiempo y que va en el sentido de la
indignidad y de la carencia total de valor como mujer y persona. Suele
presentar síntomas de ansiedad y depresivos.
Podemos destacar en ella:
·
Progresivo
aislamiento e inadaptación social. Los dos procuran, por motivos bien
diferentes, ocultar a los demás lo que ocurre en su relación.
·
Progresiva
aparición de síntomas clínicos en la mujer: ansiedad, depresión, baja
autoestima... que originan mayor descalificación por parte del agresor y menor
capacidad de ella para salir de la relación.
·
Alteración
de la dinámica familiar, tanto con los hijos como con la familia extensa.
·
Problemas
en el trabajo: abandono, aislamiento de los compañeros, bajo rendimiento...
·
La mujer
llega a la indefensión por el miedo a una agresión mayor.
El maltrato se rompe:
Normalmente, la mujer puede
cortar con la situación y denunciar cuando la caída de la idealización de él ya
es definitiva, y cuando el miedo ya no la detiene al sentir que ha muerto el
amor. Siguiendo con “Te doy mis ojos”, cuando ella siente tanto miedo que se
orina encima, le dice “ya puedes hacerme lo que quieras porque ya no te
quiero”. En ese momento, la mujer asume el miedo como algo que ya no la
paraliza.
Para concluir, aunque el maltrato es de género masculino en lo
lingüístico, no se puede considerar como un producto del conjunto de los hombres,
de su género, del conflicto entre hombres y mujeres o heredero de la historia
del sometimiento de la mujer que ahora empieza a romperse. El maltrato supone
una falla importante en la estructuración psíquica del hombre que lo ejerce y
una falla en su relación a la ley, mientras la mayoría de los hombres se rigen
por ella. Lo que tiene su engarce en lo masculino es el modo de enfrentar los
conflictos, donde, cuando lo imaginario cobra fuerza, no es difícil que se
encamine hacia la agresión directa. Pero no se puede hacer recaer todo, a la
hora de entender el maltrato, del lado del hombre. En algún momento habrá que
revisar el papel de la mujer en eso que sufre.