Hay
dos dimensiones fundamentales en la relación del ser humano con la vida, en lo
que afecta a su ánimo: lo trágico, esa dimensión del ser humano que le permite
representar su relación con la muerte, donde el amor se sitúa por encima del
temor a esa muerte, alimentando un deseo que no la busca pero no la evita; y lo
cómico, que le permite reír con el juego de las palabras o con la caída de la
imagen del otro, donde ese otro se apea de su dignidad yoica y muestra
tropiezos, lo que nos produce un placer añadido, gratuito, inesperado -esos
tropiezos se producen habitualmente en el discurso: las palabras llevan más
allá de donde se quería ir o traicionan inesperadamente-. Esas dos dimensiones,
lo trágico y lo cómico, no son algo que pueda definir el ser del sujeto bipolar,
del maníaco-depresivo.
El
sujeto que se sitúa o se ve alcanzado por ese juego brutal del ánimo, no es alguien
que participe de lo común de la tragedia o de lo cómico. Ni en el momento que
se podía acercar a lo trágico, depresión, ni en lo cómico, manía, el sujeto
puede compartir, socializar, hacer lazo con los otros, en su dolor o su
supuesta alegría: llora borrado, sin saber por qué llora y ríe sin poder hacer
común su risa. Cuando en el teatro se
representa una tragedia o una comedia, los espectadores lloran o ríen con los
actores, se sienten identificados a lo que se representa. Por el contrario, en
la depresión o en la manía los límites se han roto y no permiten que otros
sujetos puedan hacer propias las significaciones que el bipolar intenta
compartir. Ni se llora con el depresivo ni se ríe con el maníaco, no se siente
uno identificado a ellos, no se entiende. Si acaso en la manía, en el delirio,
la gente se puede reír del loco pero no con él, no puede participar de su
delirio o locura. Lo único que, finalmente, aparece como más propio, que le
puede representar, o mejor, rescatar como sujeto, es esa construcción que la
psiquiatría se precipita a eliminar: su delirio.
Frente
a la posibilidad de aparición de un significante que venga a poner orden en ese
enjambre de palabras que lo invaden, se propone una química que lo “normativiza”
reduciéndolo a un lugar común de alienado.
No es
que la medicación no tenga una función de alivio para el bipolar, como para
otros sujetos en sus trastornos, sino que se pretende reducir todo a una
genética que origina un desorden químico en la transmisión neuronal y llevaría
a lo que se llama “enfermedad mental”, es decir, frente a la que el sujeto no
tiene ninguna responsabilidad, es decir, frente a la que queda inane,
condenado, frente a la que ya no podrá hacer nada por no depender en nada de él
mismo. Esto es el producto del rechazo del inconsciente que la psicología
actual y la psiquiatría tienen como causa común y cuyo único resultado es la
reducción de la subjetividad a un yo ortopédico, alienado a los supuestos
bienes de la participación en el banquete común de los medicamentos o de la
reducción del deseo del sujeto a un conformarse con no molestar a nadie con su
malestar.
Pero,
¿no es sorprendente que esa alteración química espere a situaciones como el primer encuentro amoroso, la pérdida
de un padre, un fracaso laboral,… para manifestarse? ¿Es que acaso sabe la
química de los momentos subjetivos importantes para un ser humano? ¿O de esos otros,
frente a los que un sujeto se ve imposibilitado a dar una respuesta que no lo
arrastre al abismo? Que la química cerebral se altera en innegable pero no es
indiferente el orden: ¿es el desorden subjetivo el que da lugar al
desequilibrio químico o es éste el que da lugar al primero? Por ejemplo, en el
caso del miedo, ¿es el miedo el que desencadena ese conjunto de respuestas que
se llama estrés o es que esas respuestas –descarga adrenalina, aceleración
cardiaca, redistribución del flujo sanguíneo, etc- se producen primero y luego
aparece el miedo? Lo mismo podíamos preguntar para el momento en el que se
produce el enamoramiento y provoca toda esa gama de respuestas a nivel orgánico
que todos hemos sentido alguna vez. ¿Todos? ¿O acaso el bipolar ha sido
arrancado en gran medida de ese movimiento del deseo que conduce al amor?