martes, 24 de mayo de 2016

El ruido en el que habitamos




El ruido forma parte de nuestras vidas y eso se hace patente en dos situaciones en que su presencia se vuelve angustiosa o insoportable, con independencia de su intensidad. Una, cuando alguien cruza el horizonte de eso que llamamos normalidad y penetra en la psicosis, y otra, cuando alguien no puede dormir o tranquilizarse por efecto de un ruido que se vuelve invasivo.
Supongo que es evidente que hablo de dos ruidos distintos, pero que muchas veces se hacen uno: por un lado, del ruido del ambiente, de las voces, de los motores de los coches, trenes o aviones o del simple tic-tac del reloj en la noche; y por otro, del ruido de nuestra mente, de ese monólogo que no cesa de producirse en nuestro interior, mezcla de recuerdos, preocupaciones y fantasías, o de miedo o resistencia a entrar en el sueño.
Para el psicótico, la voz que nace en su mente se vuelve sonora y trastoca su universo al verse interpelado, zarandeado, ordenado o aterrorizado por una voz que no puede reconocer como propia y que, curiosamente, lo aísla del ruido cotidiano que, habitualmente, nos acoge, envuelve y tranquiliza a todos los demás, pues no nos deja oír esas voces.
En el otro supuesto, el ruido que se vuelve insoportable por no poder habituarse a él, aceptarlo, incorporarlo y, así, anular su efecto perturbador, viene a interrumpir el descanso, la reflexión, la concentración o el sueño. A la persona que lo sufre le cuesta entender o encontrar la lógica a esa necesidad de mantener el volumen de ese ruido, sin habituarse a él hasta anularlo, que lo impide descansar: por qué no logra acogerlo, aceptarlo sin resistirse a él, única forma de vencerlo, si es la mejor vía para evitar el malestar. Pero, en el ámbito de la terapia psicológica, lo que se trata de hacer ver a quien se ve imposibilitado a dormir a su pesar es que ese ruido encubre el auténtico ruido perturbador de su existencia, el que procede de su propia mente: el de una falta insoportable, el de un amor que se tambalea, el de una renuncia intolerable o el de un futuro que no ofrece garantía alguna. Quizás se trata de una resistencia a extraer del ruido que golpea su mente una palabra, un mensaje, un saber que le permitiera entender lo que le perturba y poder así dormir.
El ruido, por tanto, cumple para cualquier ser humano una función tanto perturbadora como tranquilizadora. Incluso en el mundo animal se da esa doble faceta: cuando falta el ruido, cuando se deja oír el silencio más absoluto, la inquietud y el miedo toman a los animales (y a los hombres) porque suele ser anuncio de algo peligroso, tenebroso o maligno. En ese caso, ese ruido constante que envuelve los bosques y los campos es fuente de tranquilidad, de seguridad, de ausencia de peligro. Ese es el ruido que, decía antes, en el caso del ser humano nos envuelve con un halo protector para alejarnos de la locura.
Es verdad que, en la época actual, hay demasiados ruidos (televisión, máquinas, móviles,…) que suelen cumplir más la función de adormecernos, de aislarnos, de hacernos olvidar nuestro ineludible destino, o simplemente alejarnos de nuestros miedos, de nuestras cobardías, de nuestra falta de solidaridad, que ser ese signo de humanidad que nos envuelve en cierta tranquilidad.
No obstante, para algunas personas, el ruido que nos rodea, que apacigua a la mayoría, se vuelva desasosegante para ellas. Habitualmente, cuando nos vamos a descansar y dormir, no estamos pendientes de los ruidos del ambiente y aún menos de los que pueden alterar nuestra conciencia, pues, de algún modo sabemos que, si estamos atentos a ellos, se vuelven absolutamente presentes y no nos dejan dormir. (Por eso mucha gente se duerme gracias a ruidos ante los que no ejerce ninguna resistencia, como los procedentes de la televisión, y son las mismas personas que se ven alteradas por cualquier otro sonido). Cuanto más te resistes a ignorarlos, más intensos se vuelven (y eso es lo que no se da en el caso de la televisión, no intentas ignorar lo que procede de ella). Lo mismo ocurre con la verdad que portan las palabras: cuanto más te resistes, más grita para ser escuchada. Es decir, que uno puede aferrarse al ruido, aunque le cueste el sueño, con tal de no oír el rumor de sus deseos, de sus insatisfacciones, de su rabia o de aquello que trastocó su vida. Pero así, ni podrá elegir el camino que le permita sentirse libre ni podrá dormir.

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