sábado, 28 de diciembre de 2013

La felicidad a nuestro alcance


A nuestro alcance no quiere decir con la que nos tenemos que conformar, sino la única que no supone la alienación -el sometimiento-  a una idea, a un consejo, a una guía, en definitiva, a un saber ajeno.
Mucha gente ha buscado la felicidad fuera de su vida cotidiana, lo más lejos posible de su historia y construcción personal, creyendo en promesas de algún gurú, en guías inspirados por Dios, en libros basados en la psicología de cuánto sé yo, o en imperativos de optimismo y pensamiento positivo que siempre dejan la cabeza caliente y el corazón helado.
Otros lo buscan en viajes fantásticos, en aventuras miles, en la acumulación de dinero, y algunos, los mejor fundamentados, en encontrar el amor de su vida. Pero ni siquiera el amor que suele tener ese efecto de felicidad en el primer chispazo, en el deslumbramiento, en el “todo es perfecto” que parece curar todos los males es suficiente para alcanzar la felicidad, porque dura lo que tarda el amor en poner a prueba la aceptación de las manchas del otro, la tolerancia en lo que se descubre ser muy distinto de lo imaginado o visto en los primeros momentos, y la capacidad de responder a las demandas del otro sin considerarlas excesivas o agobiantes.
Lo mismo ocurre con quien se aferra a ideales religiosos, políticos o sociales para alcanzar su felicidad: ésta le dura lo que demora en darse cuenta de que no puede estar colgado de ello sin un alto pago –que acaba por ahogar la felicidad que se creyó encontrada-, o que, finalmente, tendrá que poner todo el entusiasmo de su parte si quiere seguir creyendo en esos débiles armazones de la felicidad anhelada.
Lo que parece costar entender es que la felicidad es fundamentalmente resultado del modo en que enfrentamos nuestra vida cotidiana, de la fortaleza de nuestras ganas, de nuestro deseo, para hacernos ir más allá de los zarandeos –a veces muy crueles- de la vida, más allá de nuestras miserias personales e incluso materiales.
Cualquier relación personal, amorosa o familiar, cualquier obligación laboral o académica puede convertirse en nuestra losa o en nuestro plinto hacia una felicidad que ya contiene su propio límite -si no es una pura ilusión-. Quiero decir que la felicidad fluctúa siempre entre su posible caída y su fortalecimiento; eso cada día.
No, no hay fórmulas mágicas de la felicidad. Ésta se atrapa en el devenir de lo cotidiano (si se busca en lo extraordinario apenas durará fugaces instantes), cuando lo cotidiano da espacio para el amor y el deseo, a pesar o más allá de la rutina, o incluso se obtiene en la propia rutina, en las faltas, en las carencias,… o en la abundancia.
Si un tratamiento psicológico ayuda en algo es porque, primero, elimina los obstáculos surgidos ante la felicidad –síntomas- y, segundo, porque ayuda a romper con las dependencias, con la necesidad de hacer recaer el peso de la propia felicidad en el otro.


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