jueves, 13 de febrero de 2014

La devoción y admiración por el abusador


En varios casos clínicos, después de bastante tiempo, se produce la declaración por parte de la persona que ha sido abusada de su admiración y devoción secretas hacia su abusador (especialmente cuando el abuso se ha prolongado mucho en el tiempo). Esto lleva a la siguiente pregunta: ¿cómo reacciona el sujeto ante el dolor, ante el horror que le produce el mal que el otro ejerce sobre él?
Uno de los temores fundamentales de las personas que han sido abusadas es convertirse en un monstruo idéntico al que abusó de ellas. En su vida interfiere así constantemente tanto el atisbo de un goce similar al que vivió con el abusador, como el temor a buscarlo en otros de forma similar a como lo sufrió. Por eso, muchas veces el mecanismo de defensa frente a la invasión en su vida de lo vivido en el abuso es dignificar al abusador llevándolo a un lugar similar al que aquél les vendió: el de admirarlo y venerarlo porque fue él quien realmente las amó, admiró y cuidó mientras duró el abuso.
Elevar al abusador a ese lugar es el modo de alejar la idea de monstruo (utilizo este término –no se me ocurre otro- para definir a quien se salta la ley y goza haciendo daño a alguien indefenso) que realmente fue, porque así, al tiempo, podrá alejar la idea temida de serlo igualmente.
Es llamativo que, en la Historia, muchos seguidores de auténticos generadores de horror y muerte lo hayan sido negando el lado monstruoso de esos sujetos: es, por ejemplo, el caso del nazismo, llevado al extremo en los neonazis que llegan a negar el holocausto –lo que ha tenido que ser legislado como delito en varios países-, pero que ya lo hicieron en su tiempo muchos de los alemanes que convivieron con el nazismo. Lo mismo se podría decir de cuantos dictadores han maltratado al mundo, o, en la época actual, de aquellos a los que, cometiendo cuantas injusticias y delitos pueden, se les eleva al lugar del poder o del reconocimiento social.
Se idealiza al dictador o líder, se abraza su ideal como algo excelso y salvador, y se hace todo ello negando o cerrando los ojos al mal y horror más ignominiosos. Ninguno se siente monstruo a su vez, e imaginan que se librarán así de ser objeto del mismo. No es extraño que los ideales más grandes que creyeron forjarse (cristianismo, nazismo y comunismo especialmente) hayan sido la fuente de la comisión de los mayores horrores, y que se haya salvado sistemáticamente a sus líderes, y al propio ideal, aunque fuera a consta de negar su capacidad de generar tales males.
La relación particular con la ley del abusador o maltratador, yendo más allá en la violación de la misma de lo que ningún otro ser humano es capaz, es lo que hace tan admirable al abusador, maltratador, dictador,... Para ellos, esa ley no es límite suficiente, y no existe nada que los detenga a la hora de hacer reales sus fantasías más oscuras, esas que, cuando se dan en cualquier otro ser humano, quedan siempre escondidas en ese lugar de nuestra mente que, en esos momentos, desea acercarse al modo de goce que obtienen los que las hacen reales.

Es asombroso ver cómo hasta determinados objetos, en principio totalmente neutros, que estuvieron presentes de una forma especial mientras se sufría el abuso, se convierten en objetos intocables o su presencia es insoportable por estar cargados del goce del que hacía gala el abusador y que para la persona abusada vuelven a hacer presente la amenaza de dolor, de sometimiento, o de anulación subjetiva. Son así el recordatorio del lado dañino, la impugnación más eficaz a ese mecanismo de defensa que lleva a admirar al abusador.

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