Aunque
se hace un uso indistinto de los términos enfermedad mental, trastorno o
psicosis, el concepto de enfermedad tiene una connotación biológica, médica por
tanto (que se podía resumir en “a una serie de síntomas, síndrome, corresponde
una alteración neuroquímica”), tan arraigada en psiquiatría, que su uso se
vuelve casi inaceptable para la psicología, no sólo porque ésta se ocupa de los
procesos subjetivos, psíquicos, que, aunque suponen un sin fin de procesos neuroquímicos,
interesan a la psicología sobre todo por, primero, ser efecto de la toma del
ser humano por el lenguaje, y, segundo, porque, para la psicología en general y
el psicoanálisis en particular, no es posible entender lo que afecta al sujeto
cuando es feliz o está aquejado por algún mal sin la responsabilidad que sobre
ello tiene.
Esa
responsabilidad hace referencia, no tanto a un sentido moral del cumplimiento
de las obligaciones, que también, sino a la ética del sujeto cuando hace sus
elecciones y al sentido legal del término, el de responder por la palabra
comprometida o por los actos cometidos. No es un sinónimo de culpa (más cercana
a la elusión de la responsabilidad) y no lleva al sujeto a un callejón sin
salida o a una condena, sino a su liberación, en el sentido de que sólo el que
se sabe responsable de su sufrimiento, de su enfermedad, puede hacer algo para
salir de él, operar con ello, detenerlo, movilizarlo, dialectizarlo, vaciarlo
de goce…. Así, nadie puede ser responsable de una enfermedad biológica o de que
se hunda el suelo a su paso porque, y ese es el aspecto esencial de la
responsabilidad, eso no depende de su elección, y, en todo caso, no son
influenciables ni curables por la palabra, los pensamientos o significaciones
que el sujeto pudiera dar de ellos, como los da de su historia, de sus
síntomas, de su angustia o de cualquier mal que lo aqueje psíquicamente.
Pensar
las afecciones más graves, las psicosis, desde el concepto médico de enfermedad
supone que el sujeto no tiene nada que ver con eso que ha trastocado su vida y
lo ha llevado al sufrimiento, es decir, no hizo ninguna elección ni tiene nada
que ver con las repuestas que dio a los hitos de su historia, y, por tanto,
apenas puede hacer nada en contra de ella, de su enfermedad mental, salvo tomar
medicamentos.
En
cambio, pensarlo desde la posición psicológica donde el sujeto es responsable
de aquello que lo ha llevado a la depresión o euforia, o a la esquizofrenia,
por ejemplo, ser consciente de que es artífice y no sólo mártir de su dolencia,
supone la posibilidad de que el sujeto pueda, a través de una cura, encontrar
las claves que lo permitan encontrar una vía en lo simbólico que reste
presencia a la invasión imaginaria que ocupa toda su vida y que lo saque de un
goce que lo sume en una posición mortífera, depresión, o lo saca de cualquier
límite, euforia, o lo hace sostenerse en personajes en los que busca un poco de
ser, esquizofrenia.
En una
cura, el sujeto se acerca a su responsabilidad sobre lo que sufre a través de
la palabra que permitirá construir diques donde no existen, revisar las
elecciones que pudieron confluir para conducirlo a su enfermedad, reconstruirse
sobre las ruinas del amor y el deseo que han hecho de su existencia una vida
desvitalizada y encontrar una relación a la ley que lo permita ver su vida sin
ese hacerse trozos, desmenuzamiento, con el que se percibe a sí mismo y a los
demás.
Muchas
veces, en ese tratamiento o análisis, un sujeto puede ver que entró en
depresión, saltó a la euforia, o se vio inmerso en delirios o alucinaciones, en
un momento esencial de su existencia (ruptura de una relación, llegada al
ejército o la universidad, muerte de un ser querido, encuentro con el goce del
sexo….), o que retornó a ello para evitar alguna situación o responder a una
dificultad que se le presentaba. Llegar a ver esas relaciones es el camino a
entender que si uno puede hacer una elección negativa, en el sentido de que lo
lleva a su empeoramiento, también la puede hacer en el sentido de su mejoría o
curación.
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