miércoles, 29 de enero de 2014

La mirada de la Virgen en Rafael


Nunca había reparado, hasta que vi en El Prado la exposición de Rafael Sanzio, que en la mayoría de los cuadros donde éste pinta a María con el Niño aparece Juan el Bautista, acompañados en alguna ocasión por Isabel, la madre de Juan y prima de María, y, en menor medida, y casi siempre en segundo plano, José.
El encuentro de miradas se da, en casi todos ellos, entre María y Juan, no entre Jesús y María. Es más, pareciera que María mirara siempre más allá de Jesús, como si éste no estuviera presente (salvo en la Sagrada Familia del Cordero donde María mira con devoción a Jesús y éste a su padre).
¿Se trata de algo que el pintor, tan admirado por su capacidad de reflejar las emociones, además de por su capacidad de composición y su riqueza cromática, decidió componer de esa manera o, quizás, lo hizo de una manera inconsciente? En todo caso, saltaba a la vista esa mirada de María alejada de su hijo y centrada en Juan. No sorprende tanto, si se mira desde el punto de vista religioso, esa marginación de José, pero cuando se mira desde el punto de vista de la estructura familiar, que José, el padre, aunque fuera putativo, sea para Rafael y para su entorno alguien que se pudiera relegar de esa manera a un segundo plano, no deja de ser significativo –por más que se pretenda que ya hay un Padre Perfecto para ese hijo.
Donde quiero ir a parar es a lo que reflejarían esas pinturas, tanto de las relaciones familiares del propio Rafael, como de lo que él hubiera podido percibir de la relación de María con Jesús de acuerdo a lo que hubiera leído o escuchado de las narraciones evangélicas. ¿Qué tiene Juan que podría causar tanta devoción en María? Llama la atención ese paralelismo entre un Zacarías –que no aparece en esos cuadros- que pierde la voz por dudar de la palabra de Dios y una María cuya función parece ser siempre guardar en silencio lo que escucha y de la que apenas se lee una frase en todo el Evangelio. Una María dispuesta desde el principio a entregar a su hijo a una misión prometida a la muerte. Lo curioso es que Juan fue también precursor de su hijo en eso, en morir demasiado temprano. Pero la muerte de Juan no era tan previsible: Herodes no quería matarlo y se produjo por el despecho de la bella Salomé.
¿O será que ese Juan –quizá delire- es hijo de María, cedido a Isabel –la que no podía tener hijos- y que como hijo perdido es para el único que le queda amor? ¿No es el otro niño un hijo prometido a la muerte, al que es mejor no dejar que se adhieran los afectos que se han de romper cumpliendo las profecías?
Que la mirada de la Virgen se dirija a Juan concordaría con lo que se dice en Lucas, 1, 17: “….para hacer volver los corazones de los padres a los hijos,…” (habla de la misión de Juan). Así, el corazón de María vuelve a Juan (en ese Evangelio se narra cómo Isabel se esconde, supuestamente embarazada, hasta que es visitada por María, que queda embarazada de Jesús sin conocimiento casi al mismo tiempo en que debería nacer Juan: proximidad de fechas sorprendente que no haría tan delirante pensar que ambos hijos son suyos).


Lo que es seguro es que María, en las pinturas de Rafael, vuelve su mirada a Juan a la par que su corazón.

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