Nunca
había reparado, hasta que vi en El Prado la exposición de Rafael Sanzio, que en
la mayoría de los cuadros donde éste pinta a María con el Niño aparece Juan el
Bautista, acompañados en alguna ocasión por Isabel, la madre de Juan y prima de
María, y, en menor medida, y casi siempre en segundo plano, José.
El
encuentro de miradas se da, en casi todos ellos, entre María y Juan, no entre
Jesús y María. Es más, pareciera que María mirara siempre más allá de Jesús,
como si éste no estuviera presente (salvo en la Sagrada Familia del Cordero
donde María mira con devoción a Jesús y éste a su padre).
¿Se
trata de algo que el pintor, tan admirado por su capacidad de reflejar las
emociones, además de por su capacidad de composición y su riqueza cromática,
decidió componer de esa manera o, quizás, lo hizo de una manera inconsciente?
En todo caso, saltaba a la vista esa
mirada de María alejada de su hijo y centrada en Juan. No sorprende tanto, si
se mira desde el punto de vista religioso, esa marginación de José, pero cuando
se mira desde el punto de vista de la estructura familiar, que José, el padre,
aunque fuera putativo, sea para Rafael y para su entorno alguien que se pudiera
relegar de esa manera a un segundo plano, no deja de ser significativo –por más
que se pretenda que ya hay un Padre
Perfecto para ese hijo.
Donde
quiero ir a parar es a lo que reflejarían esas pinturas, tanto de las
relaciones familiares del propio Rafael, como de lo que él hubiera podido
percibir de la relación de María con Jesús de acuerdo a lo que hubiera leído o
escuchado de las narraciones evangélicas. ¿Qué tiene Juan que podría causar
tanta devoción en María? Llama la atención ese paralelismo entre un Zacarías
–que no aparece en esos cuadros- que pierde la voz por dudar de la palabra de
Dios y una María cuya función parece ser siempre guardar en silencio lo que escucha
y de la que apenas se lee una frase en todo el Evangelio. Una María dispuesta
desde el principio a entregar a su hijo a una misión prometida a la muerte. Lo
curioso es que Juan fue también precursor de su hijo en eso, en morir demasiado
temprano. Pero la muerte de Juan no era tan previsible: Herodes no quería
matarlo y se produjo por el despecho de la bella Salomé.
¿O será que ese Juan –quizá delire- es hijo de
María, cedido a Isabel –la que no podía tener hijos- y que como hijo perdido es
para el único que le queda amor? ¿No es el otro niño un hijo prometido a la
muerte, al que es mejor no dejar que se adhieran los afectos que se han de
romper cumpliendo las profecías?
Que la mirada de la Virgen se dirija a Juan
concordaría con lo que se dice en Lucas, 1, 17: “….para hacer volver los
corazones de los padres a los hijos,…” (habla de la misión de Juan). Así, el
corazón de María vuelve a Juan (en ese Evangelio se narra cómo Isabel se
esconde, supuestamente embarazada, hasta que es visitada por María, que queda
embarazada de Jesús sin conocimiento
casi al mismo tiempo en que debería nacer Juan: proximidad de fechas
sorprendente que no haría tan delirante pensar que ambos hijos son suyos).
Lo que es seguro es que María, en las pinturas
de Rafael, vuelve su mirada a Juan a la par que su corazón.
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