Hace unos años tuve el privilegio de ser testigo de cómo tres maestros
de taller hicieron posible una mirada distinta hacia los minusválidos
psíquicos, sobre todo para muchas personas que los consideraban simples
aprendices de conductas más o menos fáciles y repetitivas. Lo que descubrimos
entonces fue cómo esos sujetos podían dar muestra de una creatividad que se
creía vedada para ellos.
Me acuerdo ahora porque ha retornado a mi memoria uno de ellos, José
Luis Martínez, que nos abandonó demasiado pronto, como lo hizo también Mari Paz
Jiménez, la psicóloga de otro taller de minusválidos psíquicos que mejor
entendía y atendía a esos sujetos, y con la que compartí reflexiones sobre
ellos, y amistad. Los otros dos maestros de taller eran José Manuel Pascual y
José Ignacio Muzas.
El trabajo de esos tres profesionales permitió realizar entonces una
exposición en el Museo del Ferrocarril de Madrid, "Un tren para
todos", que supuso un punto de inflexión en la vida de los minusválidos psíquicos
del taller APANSA-TOB de Alcorcón en el que trabajábamos.
Con aquella exposición todos los minusválidos psíquicos de nuestro
taller pudieron reconocerse a sí mismos como sujetos, porque hicieron brotar
obras de su mundo interior y porque pudieron mirarse en el espejo del
reconocimiento social que supuso la exposición, divulgación, valoración y
compra de sus obras. Ese reconocimiento del Otro social retornó a ellos con un
efecto de recreación: descubrieron que podían hacerse más a sí mismos y enfrentarse
a los demás desde una subjetividad conquistada a través de su acto creativo.
Para sus familias, la exposición tanto de la obra como de sus hijos
mismos ante los medios de comunicación, ante los visitantes del Museo y ante
los niños a los que enseñaron parte del proceso de creación de su trabajo,
supuso un cambio en la percepción que tenían de ellos. La fe en sus
capacidades, en sus posibilidades para ofrecerles algo nuevo y propio, algo con
mucho valor, se multiplicó gracias a esos tres maestros que habían creído en
ellos y se negaron a someterles a la domesticación o la repetición alienante a
la que frecuentemente se les somete. Ya no eran hijos a los que buscar un aparcamiento o un entretenimiento, eran
sujetos de los que se podía esperar cada día más.
En el contexto social, por el evidente mérito de sus creaciones, abrió
una vía de reconocimiento a través de su trabajo que les dignificaba al
extraerlos del mundo al que se creía reducido el minusválido psíquico, el del
acto puramente manual y repetitivo donde el sujeto, sus potencialidades, su
personalidad, sus fantasías y sus deseos no intervienen apenas en su tarea.
En las paredes de mi consulta cuelga una pequeña parte de las obras
que se presentaron en aquella exposición y cada día recuerdo a aquellos hombres
y mujeres que creyeron en sí mismos y disfrutaron con la realización de sus
obras, y recuerdo a los que fueron los artífices de su transformación
subjetiva.
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